lunes, 23 de noviembre de 2015

LA REALIDAD DE UNA VIDA

Por Juan Vidal López Canaza


Era una madrugada como otra cualquiera. Me levanté de mi cama, antes que los demás. Fui al baño, me lavé la cara. Me miré en el espejo y me dije: ¿Este soy yo? Luego me dirigí hacía los pasillos del orfanato. Fue cuando escuché mi nombre Max, Max!!...  Era la madre superiora. Con prisa me dirigí a ella. Me presentó a un hombre de traje oscuro, alto y delgado de tez morena igual que yo. Él me hizo una pregunta:¿Qué quieres ser cuando crezcas? Le respondí: No sé, porque nunca me había puesto a pensar en eso.  Pero como podría pensar en ello, con solo seis años de edad. Claro sólo lo pensé por eso momento. La madre me ordenó que me retirara. Salí de la habitación y me dirigí a los pasillos y luego al patio para jugar con mis amigos que nunca más los volvería a ver.

Ese hombre con el que había hablado me adoptó. La madre me avisó de ello. Después yo y él nos fuimos en un coche Wolksvagen, bueno en  una "cucaracha” en realidad.

El hombre se llamaba Armando y desde ese día lo llamé: Papá.  Tuvimos varias aventuras sobre todo en vacaciones. Después de ellas todo era estudio.

Mi padre fue embarcado, caímos en bancarrota total. Él por la preocupación cayó enfermo. 
Teníamos muchas deudas que pagar,así que decidí dejar la escuela, aunque ese era mi último año. Busqué trabajo pero, nada... No había trabajo para mí. Mi padre empeoraba con el tiempo.

Un día cualquiera, en una bodega conocí a un muchacho de veinte años se llamaba José.  Era ´´choro´´. Pero, no tenía otra opción ya que todas las puertas se me cerraban. Pasé dos años cometiendo delitos con él. Ni una sola vez nos atraparon hasta esa fatídica tarde.

Dos días después de haber cumplido mi mayoría de edad, salimos con José a saltar una bodega. Se complicó mucho ese robo José dañó de muerte al dueño del local. Se escapó y a mí me dejó ahí. Quedé totalmente pasmado, corría mucha sangre. El pobre hombre gemía de dolor. Caí arrodillado y quise ayudarlo pero la policía me llevó.  

Fui sentenciado a cinco años de cárcel , yo cargué con toda la culpa. Mi padre murió en el primer año de cárcel. No pude ni ir a su entierro. Lo único que supe fue que él era enterrado en un cementerio cerca de la bodega que asalté.

No tuve más motivos para vivir quise suicidarme. Hice muchos intentos pero fue insulso. Era como si DIOS ni el diablo me querían. Pasaron los cuatro años restantes. Al salir del penal me dirigí de inmediato al cementerio donde estaba mi padre. No pude contener las lágrimas. En lo recóndito de mi alma solo había odio y tristeza.

Continúe con mi vida, puse una pequeña ”bodega”. Progresó mi negocio , y ahora estoy como muerto en vida. Todas las noches recuerdo a mi padre y me pongo a pensar que hubiera sido si no hubiera robado nunca…

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